Pero, ¿es cierto que a esta edad los niños y niñas mientan? Esta pregunta sólo podremos responderla según cuál sea nuestra concepción sobre la mentira. Si para nosotros mentir significa falsear la verdad, entonces la respuesta será afirmativa. Pero si en nuestra definición incluimos la intención de engaño como aspecto imprescindible para poder elaborar una mentira, entonces la respuesta será negativa. Aunque algunos autores consideran el tipo de locuciones que describíamos arriba como una pseudomentira, otros cuantos defendemos que los niños y niñas hasta edades más tardías no tienen la capacidad de mentir, es decir, no mienten. Hasta los 5-6 años la fantasía se mezcla con la realidad, e incluso hasta más tarde muchos niños y niñas todavía no saben diferenciar bien entre el mundo real y el mundo fantástico. Para ellos todavía pueden existir los monstruos debajo de su cama o en el armario, creen en los Reyes Magos y/o Papá Noel, etc. Durante esta etapa el niño o niña está todavía en un periodo más egocentrista, es más impulsivo, está centrado en el momento, no tiene en cuenta las consecuencias, etc. El pensamiento intuitivo durante estos años está muy centrado en el yo, pero poco a poco empieza a tener una mayor conciencia de su exterior, y la imagen y concepto de uno mismo se empieza a desarrollar en cuanto a sus experiencias afectivas y sociales. Durante estos años no nos debe preocupar si oímos a los más peques de la casa diciendo que su padre es “Messi” o “Cristiano Ronaldo”, ¿a qué niño no le gustaría que esto fuese así? No nos debe preocupar siempre y cuando esta afirmación no tengan ningún tipo de intencionalidad y sólo sean fruto de la imaginación, el juego y la fantasía. Pero antes de despreocuparnos del todo, a partir de los cinco años aproximadamente, debemos cerciorarnos de si la causa o intención de esta mentira es la protección de la autoestima.
El concepto que uno tiene sobre sí mismo es lo que modela nuestra autoestima. Aunque este autoconcepto se va construyendo durante toda nuestra vida, es muy importante que desde la primera infancia favorezcamos una buena autoestima en los más pequeños. La manera de enfrentarse a las situaciones, a los nuevos aprendizajes, a la vida social, etc., en parte estará determinada por el concepto que tiene de sí mismo y su autoestima, y a su vez, la experiencia y la vivencia ante las distintas situaciones de su vida tendrán un fuerte impacto en su autoestima y autoconcepto. Y cómo podemos reconocer a un niño con baja autoestima, se preguntarán. Gervilla (2000) describe así las características que definen a un niño/a con poca autoestima:
  • evitará las situaciones que le provoquen ansiedad,
  • despreciará sus habilidades,
  • sentirá que el resto no le valoran,
  • echará la culpa de sus problemas a los demás,
  • se dejará influir por otros con facilidad,
  • se pondrá a la defensiva y se frustrará fácilmente,
  • se sentirá impotente,
  • aparecerá como mentiroso ya que mentirá para ocultar su debilidad.
Por otro lado, a edades tempranas, los niños y niñas empiezan a adquirir la conciencia de la existencia de una serie de normas y reglas que han de cumplirse y cuyo incumplimiento suponen unas consecuencias. Por este motivo, unas de las primeras mentiras que aparecen en los niños y niñas tienen como intención evitar un castigo o  conseguir algo que quiere. El miedo es la principal causa de las mentiras, podemos tener miedo a una regañina, pero también podemos tener miedo a la falta de muestra de amor o afecto por parte de las personas más importantes de mi vida. Cuando niegan habernos escuchado decirles algo es para evitar un castigo, o cuando ha habido un pequeño hurto de algo muy deseado… ¿quién no ha tratado de esconder algo que ha hecho por las posibles consecuencias que pudiera tener? Pero, además, ¿quién no se ha sentido mal con la mentira luego hurgándole por sus adentros? Mentir es un mecanismo de defensa y de protección, pero aunque sea adaptativo, la mentira no favorece un desarrollo emocional sano y no es positivo para nuestras relaciones sociales. Al igual que nosotros nos sentimos mal al esconder algo o mentir, los niños y niñas también pueden sentirse así. Mentir para evitar un castigo puede no tener demasiada importancia, pero no debemos favorecer que este hábito se generalice. Debemos ayudar a los más pequeños a decir la verdad y saber afrontar las situaciones. Adquirir este hábito, además, forjará una de las bases de su posterior desarrollo moral.
Con las primeras mentiras, el niño o niña puede que no tenga la capacidad de inferir que la otra persona es capaz de saber si está diciendo la verdad o no… sólo piensa en las posibles ventajas que le supone esta conducta a corto plazo y no es capaz de analizar las desventajas que pueden tener a largo plazo estas mentiras (como la desconfianza). ¿Y cómo aprende el niño o niña o mentir? Por imitación, especialmente de sus iguales. El pequeño empieza a darse cuenta de que la gente a su alrededor miente y que esto le asegura ciertas ventajas. Descubrir las mentiras de los adultos es un reto mayor que conseguir, sobre todo si son mentiras más elaboradas, pero no debemos dar por sobreentendido que no van a ser capaces de darse cuenta de nuestras mentiras. Los niños/as aprenden lo que ven, no tanto lo que se les dice. Somos un modelo a seguir y, por tanto, debemos también servirles de modelo en este sentido.